lunes, 14 de junio de 2010

Confidencias de Eloísa - VIII

Bastaban dos segundos, y una de sus furtivas miradas, para que se desencadenara en mi todo un torrente de deseo. Mi respiración se volvía agitada, mi cuerpo adoptaba una postura arqueada, mis labios se entreabrían, mi sexo se derretía acudiendo a él lo necesario para recibirlo con los brazos abiertos…


Pero esa noche con Harim quise que fuera diferente.


Le ordené que parase el coche frente a la puerta del cementerio. Me miró de soslayo con sus negros ojos y frunció el entrecejo. Apagó las luces del vehículo y ambos nos quedamos en silencio mirando al frente. El muro blanquecino reflejaba la luz de la luna, dándole un aspecto fantasmal al lugar. La reja parecía estar cerrada, y en el exterior solo se escuchaba el sonido de los grillos. Era una agradable y quieta noche de finales de primavera.


Harim se quitó el cinturón de seguridad y abrió la puerta. Empezó a andar mientras gritaba: ¡estás loca!. Y yo, chiflada de mi, salí de allí buscándole en la penumbra. Escuché sus pasos pero no podía verle. Guiada por la grisácea luz del muro llegué hasta la puerta y pude comprobar que no estaba cerrada con llave, me giré para llamarlo, y de la nada, como una sombra negra y silenciosa, apareció él. Aplastándome contra los barrotes se lanzó a mis labios deseosos, ahogando su propio nombre en mi boca.


Entramos en el camposanto, solo guiados por la tenue luz lunar. Las lápidas en el suelo reflejaban la fantástica luminaria. Por un momento, una de esas grandes planchas de mármol, me pareció una cama, un lecho blanco y frío que me invitaba a acercarme. Me senté en un extremo. Con la mano aparté la tierra y las hojas secas que el viento había llevado a su superficie…

“Te fuiste una mañana de otoño, nos dejaste tu arte, tu sabiduría y te recordaremos… siempre”

La palabra “siempre” parecía ajena a aquel lugar de muerte y finitud. La eternidad, paradójicamente, no parecía estar precisamente en él, pero pensé que, quizás, los recuerdos perduran más allá de la vida y la muerte.


Harim se sentó junto a mí. Me miró a los ojos. Sabía, instintivamente, que algo triste había pasado por mi mente. Me abrazó como si fuera el último minuto de nuestros días. Le sentí. Aquella vez, le sentí verdaderamente. Por un momento le tuve, fue mío y de nadie más. ¡Los dos parecíamos tan vulnerables ante la consciencia del regalo efímero de la existencia! Cuan triste era concebir que todo perece, todo marchita. Que nuestro cuerpo nos deja algún día y nuestros restos reposan bajo la tierra, en una obligada cárcel sin indulto.


Después de un largo abrazo, buscó mis labios y me besó con tierna dulzura. Pero en breve, la hoguera de nuestra pasión, volvió a encenderse y nuestras bocas se abrían buscando más allá. Me dejé caer sobre la fría losa y él me siguió.

- Te deseo tanto… susurraba en mi oído.

- Y yo... Hazme tuya Harim, poséeme… Le decía con voz entrecortada.


Apreciaba su sexo rígido clavarse en mi monte de Venus mientras me besaba el cuello. Mi vagina se deshacía en un mar de excitación solo de pensar en tenerlo clavado en mis entrañas.

Separé las piernas para sentirlo más próximo. Alzó mi vestido y apartó la ropa interior para rozar con sus dedos la abertura insinuante de mi vulva que se abría como una flor exaltada de vida. Llevó sus dedos a mi boca y me dijo:

- Esto me esclaviza. Tu néctar me enloquece. Tu aroma, tu sabor… Te odio Eloísa, te odio porqué me haces ser esclavo de ti…


No había acabado de pronunciar la última sílaba cuando le sentí entrando de manera furiosa en mi. Ocupando el húmedo vacío de mi ferviente cavidad. Se movía violentamente como si quisiera causarme daño. Me detestaba de una forma tan desesperada, con tanta exaltación, que en realidad parecía que me amara… En medio de aquella locura le rodeé con mis piernas para que no escapara, para que no acabara ese placer infinito.


Mientras él seguía embistiendo con arrebato, me decía:

- Las mujeres como tu deberíais acabar en el infierno. Eres mala Eloísa, eres mala… una bruja malvada que me hechiza con sus liturgias seductoras…


Cuanto más me hablaba, más placer me daba. Su voz cargada de ímpetu, y aquellas palabras, me hacían sentir el ser más poderoso del mundo.


El eco de nuestras voces resonaba en el silencio de la noche. Era como si cada suspiro, cada grito, cada palabra, recobrara fuerza al rebotar en los nichos y las tumbas. Como si aquellas almas que aguardaban entre las sombras, aclamaran dichosas, que alguien vivo les hiciera rememorar el placer terrenal de los cuerpos en conjunción. Un soplo de vida en aquel lugar sombrío y desolado.


Inesperadamente Harim prendió fuertemente mi cuello entre sus manos. Pensé que no seguiría pero presionaba más y más... y no me permitía apenas respirar. Entonces lanzó un aullido, y exclamando mi nombre, soltó mi dolorida garganta. La culminación de su goce se descargó en mi cuerpo. Pude volver a tomar aire, y repentinamente, sentí como mi propio éxtasis se hacía presente. Los violentos espasmos de placer extremo sacudían mi espalda sobre el duro, e improvisado camastro.


A pesar de todo… creo que me amaba.



miércoles, 26 de mayo de 2010

Desconfiados. Los que perdieron la fe y la confianza




Es muy triste oir a algunas personas, relatar como un día dejaron de creer, de confiar, perdieron la fe.

Este hecho no vino solo, entiendo que fue un camino de desilusiones el que las llevó a tal estado. Lo comprendo perfectamente, yo misma también viví un paréntesis en este sentido, tuve unos años de auténtico materialismo, de escepticismo total. Aunque poco a poco fui recobrando la fe en un mundo mágico, sutil, afectuoso, etéreo, intangible... y en los demás, no en todos, pero si en muchos.

Hay quienes pierden la fe en Dios, en la suerte, en los políticos, en el amor... y hay quien pierde la fe hasta en si mismo.

Aunque pienso que cualquier pérdida de fe, es de alguna manera, una pérdida de fe hacia uno mismo.

Me diréis que el mundo no está como para andar confiando en el prójimo. Que hay mucho malvado suelto. Vale, estoy de acuerdo, hay un buen número de malas personas ahí fuera, lo reconozco. Seres que esperan una oportunidad para maltratarte, humillarte, engañarte, dañarte físicamente, etc. La realidad es que es así. Y las féminas, especialmente, debemos apartarnos de esos tipos que todas sabemos.

Es decir, debemos protegernos (si pensamos seguir viviendo) pero de forma correcta. Y cuidado con las mega-protecciones... otros saldrán dañados. Veo personas parapetadas tras un montón de filtros de confianza. Probando al projimo continuamente porque dan por sentado, que de alguna manera les van a fallar. Y claro, el desconfiado, tarde o temprano, hallará quien le traicione o engañe, normal, siempre se cuela alguno. Entonces, despliegan su arsenal de justificaciones:

- Si es que no se puede confiar en nadie.
- Esto me pasa por ser demasiado bueno.
- Nunca más... etc.

Nuevamente se colgarán la medalla de la auto-satisfacción. Haciendo ver a los que les rodean que tenían razón. Que tienen muchos motivos para ser como son. Y volverán a su papel de víctima una vez más.

He llegado a la conclusión de que el desconfiado vive con miedo. Con un miedo atroz a la vida. Lo reconozca o no. No espera nada de nadie porque él tampoco está dispuesto a entregar. Si no recibe nada de nadie, no está obligado a devolver. Así se siente protegido y "libre", sin ataduras. Vive en su ostra, y en según que personalidades, se desarrolla un cinismo de alto grado, o una forma de relacionarse agria, agresiva o excesivamente controladora. Se vuelven del parecer de que la mejor defensa es un buen ataque. Y van por la vida atacando a unos y otros, entre ellos quienes menos se lo merecen.

Al final el desconfiado es el agresor del que tenemos que protegernos. Porque su mismo miedo lo vuelve peligroso. Y es que no se puede confiar en quien no confía en nadie.

A estas alturas del partido. tengo claro que por mucho que me dañen, por mucho que me maltraten. En realidad es el otro quien necesita ayuda, yo ya hice mi camino. Ya sufrí, ya padecí mi destino. Asumí.

Ir haciendo el mal a los demás, aunque sea como defensa, tiene el mismo resultado que hacerlo por otros motivos. El daño está hecho. El karma del agresor está dañado. Y, o bien lo repara de alguna manera en esta existencia, o la deuda vendrá con intereses en la próxima vida.

Así que asumo, que tropezaré con personas de toda índole hasta que deje este mundo. Unos me sorprenderán gratamente, otros me harán, inevitablemente, daño, incluso de forma premeditada. Pero no me limitaré a lamerme las heridas, a encerrarme en mi guarida, y desconfiar por sistema de todo bicho viviente, como haría un desconfiado cualquiera.

Y es que... hasta para confiar hace falta valentía.



Roser

domingo, 23 de mayo de 2010

Envidia



Envidia de esas veteranas piedras que se arremolinan a un lado del polvoriento camino. Que permanecen ahí desde tiempos inmemoriales pero que no son, no sienten. Solo están...

Envidia del viento que vuela libre. Que siempre está en movimiento. Que se enfurece, a veces, porque así es su naturaleza. Que se amansa, y nos regala generoso, la suave brisa del atardecer.

Envidia de las limpias aguas de ese cauce ancestral. Aguas que surcan río abajo hasta morir finalmente en el mar. Envidia de su fulgor y transparencia. Envidia de su frescor.

Envidia del sol que nunca se apaga, que cada día nos regala su calor. Envidia del majestuoso rey paternal que nos abriga, desinteresadamente, de la condena del frío silencio del espacio sideral.

Envidia, si. Envidia de los elementos de la naturaleza que te protegen, que te cobijan, que te aíslan de mi.

Ojalá, que la tierra que pisas, tiemble impía bajo tus pies, para que sientas la desnuda turbación, de tu primer contacto con mi ser.

Ojalá el aire te traiga el suave perfume de mi piel, y rememores con tortuoso anhelo, mi tacto, mi olor...

Ojalá, la salina del agua del mar, te recuerde fugazmente el sabor de mis últimos besos y padezcas eternamente, sed de mi...

Ojalá, que las llamas de la hoguera, te quemen por dentro para percibir, por un instante, como es de agitada, mi ardiente pasión.

Ojalá... puedas sentir algún día, la envidia que padece este pobre corazón.


Roser

jueves, 20 de mayo de 2010

Espejismo


...Y yo digo, en irrevocables palabras. Que todo cuanto he visto, sentido y amado en esta vida, no es más que un espejismo, que nos lleva al eterno sueño. Al más oscuro, al cese de los sentimientos, que exentos de nuestro cuerpo, morirán hasta ser simples palabras, que el viento habrá devuelto a otro lugar desconocido. Donde cielo y tierra, son un sinfín de corazones, que vagan lentamente por el insondable silencio del universo...


Este texto lo escribí hace mucho tiempo, a los 15 años. Sé que fue algo extraño, porqué estas palabras no podían surgir de mi interior a tan temprana edad. Recuerdo claramente que era una tarde de festivo, tenía la ventana tras de mi, papel y bolígrafo preparados, ya que sentía que debía escribir algo. De pronto mi mano se posicionó impulsivamente sobre el bloc y empecé a formar esas palabras y frases. Todo fue muy rápido. Al leer lo escrito me sorprendió muchísimo. Y lo guardo como testimonio de un momento mágico, en el que conecté con algo que, humildemente, desconozco.



Roser

miércoles, 19 de mayo de 2010

Mi amor...



Cabalgan los jinetes de mi amor por tus extensas laderas. Ellos, y no yo, te hablarán de mis sentidos, de mi pena, de mi ansia y de mi vacío.

En su carrera, rodearán tu cuello como si fueran mis brazos, y uno de sus corceles rozará con su larga melena tus labios. Sin saber porqué, un placer conocido, te poseerá de nuevo.

El viento traerá hasta tus oídos el susurro de mi voz. Mis palabras se diluirán en la bruma de aquella solitaria playa, de aquel lugar que perdí un día en el tiempo. Oirás sílabas entrecortadas, lamentos, quejidos de dolor de mi alma desahuciada.

Pero también escucharás, para tu gozo, y para mi desespero, el clamor lastimero de esta enamorada. Gritando tu nombre en vano, sollozando un "te quiero", casi imperceptible...

Y se que, probablemente, cuando descubras que realmente soy tuya. Cuando tengas la certeza de que te amé, te amo y te amaré. Te fundirás en el negro decorado de esta noche amarga, y te perderé nuevamente.

Como siempre...



Roser

Partiré


Partiré con la mochila casi vacía. No quiero llevarme esta carga inútil que me ata al pasado. Quiero volar, soltar lastre, y desaparecer en el cielo azul como uno de esos enormes y preciosos globos. Alzarme. Ver, desde mi privilegiado balcón, el paisaje que solo puede divisarse desde la distancia.

Alejarme hasta donde no pueda, ver ni sentir, este espinoso recuerdo. Y si he de cambiar la nave, lo haré. Si he de llegar hasta Ganímedes, lo haré. Pero no me quedaré esperando, para comprobar, como este cadáver se marchita hasta ser preso de la fauna cadavérica. Mientras me quede un suspiro de vida, caminaré. Nadie podrá parar mis pasos.

Habrá quien piense que es una huída. Y... ¿es qué acaso la vida no es una forma de escapar a la muerte? ¿de no pensar en el irremediable desenlace?. Dejadme que huya a mi modo. Haciendo camino, siguiendo la senda de los elefantes o escalando un monte. Que más da. Mi existencia es asunto mío.

Silencio y paz. Es lo que ahora ansío. Recomponer mi esencia, hacer un "reset" de mi misma. Ser, en definitiva. Esta es la cuestión...



Roser

sábado, 15 de mayo de 2010

Tu... que no me amas.




Tu conciencia se disuelve en el espacio profundo de tu mente y dejas que tu cólera primitiva emerja sin fronteras. Me usas, me hieres, me atas y flagelas.

Pero en el fondo, lo sabes: no me tienes. Te desespera saber, que no sabes, hacia donde van mis pensamientos.

Te envuelves en el abrigo de tu libido furiosa. Y cabalgas de nuevo, sobre otros cuerpos. Blandiendo tu espada, en pos de tus quimeras, tus sueños...

Atrápame, si puedes. Ten el valor de acercarte a mi alma... al menos una vez. No huyas hacia el desdén. Mírame a los ojos, sin dobleces. Y hazlo siendo tu, no el guerrero de Marte.

Tu afrenta, es en realidad, el escudo de tu cobardía. Tu cadena... el miedo a la libertad. Te auguro soldado, que deberás dar muchas vueltas para encontrarte.

No tengo prisa. Se que algún día volveré a hallarte. Andarás, seguramente, librando batallas de alcoba, buscando el mérito de las medallas a tu ego.

Eres un alma apenada que precisa consuelo. Te doy mi mano. Mi tiempo. Me entrego totalmente a tu desdicha. Pero te recuerdo que cada vez que me lastimas, es una herida que provocas a tu karma, a tu destino.

Algún día comprenderás, que lo que sembramos, es lo que, tarde o temprano, recogeremos. Quizás en otra vida, sufrirás experiencias, que te recordarán que otrora estuviste al otro lado del espejo.

De ti depende decidir, en qué lado quieres estar...




Roser

lunes, 10 de mayo de 2010

¿Justicia Divina? Quizás algún día...





Ante todo quiero decir que, a priori, no tengo nada en contra de ninguna religión, ni de sus representantes. Pienso que cada uno/a debe seguir su propio camino en el terreno de la creencia, de la fe. Pero, si tengo algo que decir, sobre la forma de proyectarse de algunas personas que, increíblemente, visten, o vestían, hábito religioso. Por la gracia de Dios, ea... eso si.


Mis primeros años de escuela transcurrieron en el edificio que albergaba a un grupo de religiosas. El centro educativo se llamaba concretamente: Religiosas Misioneras de la Inmaculada Concepción. Era un edificio de tres plantas con grandes ventanales, amplias aulas y un patio de tamaño más o menos adecuado. Una buena parte de las clases era impartida por monjas. Si, esas señoras que vestían hábito y que no se maquillaban, ni se depilaban. Que nos decían que estaban todas casadas con Dios (¿Con el mismo? me preguntaba yo inocentemente). Y me imaginaba al creador regocijándose de placer en el cielo, rodeado por centenares de mujeres bigotudas. Toda una estampa...

Mi relación con esas docentes (que no necesariamente, decentes...) era fría y tensa desde el primer día que pisé, involuntariamente, el lugar (recuerdo que tenían que arrastrarme hacia el interior, mi reacción se asemejaba a la del niño de la terrorífica película La Profecía, cuando veía una iglesia...). Pero me consta que era cosa mía, pues otras niñas parecían encantadas de la vida con las religiosas. No se qué explicación podía tener esa temprana aversión. Puede que fuera solo intuición (de la que ya andaba bien servida a mi corta edad) y presentía que me iban a putear a base de bien, o... se trataba del terrible recuerdo de una vida anterior.

Recuerdo ese denso olor... el olor de la escuela, de las aulas. El olor a material escolar mezclado con un cóctel de colonias infantiles, sudor, y el insistente aroma de los suavizantes para la ropa, especialmente los lunes.

Había profesoras que, aunque no eran tan estúpidas como algunas hermanas, tampoco daban de si lo esperado de alguien que se dedica a la enseñanza. Menos mal que mi padre, que ya no vive, nunca fue consciente de que pagaba una buena suma de dinero cada mes, para que su hija recibiera una, represiva y penosa, educación.

Cuarto curso de E.G.B. fue lo peor de mi vida por aquel entonces. La tutora del curso (que curioso que tutora y tortura tengan casi las mismas letras...) era una monja de mediana edad, aunque quizás no era tan mayor, pero con estas féminas... ya se sabe. Alta, corpulenta, rostro muy dilatado, ojos grandes, gruesas cejas... La hija de su madre, que evidentemente no fue novicia, o eso creo... se hacía llamar Mercè. Desde el primer día hubo lo contrario a "feeeling" entre ambas. Yo creo que reflejaba en ella algo que no le gustaba de si misma, y vomitaba en mi, toda su mala leche, con el permiso de Dios, por supuesto. Hoy en día, esa mujerzuela estaría entre rejas por el trato vejatorio que me dedicó. No fue un trato severo, que lo hubiera aceptado. Fue gratuitamente vejatorio sin más, despiadado, agresivo verbalmente, carente de sentimientos, es decir: un maltrato en toda regla. Francamente esperaba algo más de alguien que oraba varias veces al día. Sus más finas, y constantes, lindezas verbales eran del tipo: "Eres una idiota" o... "una gamberra"... En fin, el resto del repertorio era similar, e incluso peor. Y si lloraba, porqué se pasaba tres pueblos conmigo, me decía (y hacía saber al resto de alumnas) que lo mío eran "lágrimas de cocodrilo"... Hay que ser hija de la gran puta... perdón (me he santiguado 3 veces, lo juro por Snoopy).

Pero lo peor sucedió con la puñetera costura. El hilo y la aguja no eran de mi agrado, en parte porqué no veía muy bien y nadie me hacia caso cuando lo comentaba, y porqué, instintivamente, sabía que eso no era un aprendizaje estrictamente necesario. Así que todo sumaba. La beata en cuestión, "lista" como era ella y aplicando su "gran dosis de inteligencia" decidió que yo debía aprender a coser como fuera, el como fuera, era... de forma literal. Lo que hizo fue castigarme, castigarme y... castigarme, encerrada en el aula durante casi todos los recreos del curso, y cosiendo si... o si. Ese curso prácticamente no pisé el patio de la escuela. Y como la muy malvada no tenía suficiente, a veces, si la señora lo consideraba oportuno, me retenía en clase a la hora de salir a comer, y me castigaba nuevamente. E invariablemente, siempre con un trozo de tela, con su kit correspondiente, para que aprendiera no se qué tipo de punto. Dios, si existe, sabe lo que hubiera hecho con ese maldito alfiler... Al final tenía que subir mi padre a la clase a buscarme, con la correspondiente humillación que para mi suponía, que me viera llorando ante ese, ya sucio, trapo, sin saber que hacer con él.

Me consta que la ojeriza era única y personalizada. Otras niñas casi la adoraban, quizás la encontraban algo estricta, mandona y un poco soberbia, pero nada más. Conmigo, inexplicablemente, desató toda la furia que llevaba dentro. En la actualidad, y psicoanalizándola despiadadamente, diría que quizás actuaba así por no haber podido ser una mujer deseada por un hombre de carne y hueso, ya que una cosa tengo clara: no hacía falta ser muy astuto para darse cuenta de que a esa mujer le iba la marcha. Pero en lugar de dar rienda suelta a la pasión con un marido (o amante) bien armado, se entregó a un ser etéreo, supuestamente perfecto (sin cuerpo físico, y que por tanto no la podía complacer...) que habita en los cielos, y que para más i.n.r.i., practica una rara poligamia. Si tenía problemas sexuales se podría haber comprado un consolador y dejarme a mi en paz. Pero claro, era más fácil amargar la existencia a una, pobre y desprotegida, criatura que admitir que, quizás, el hábito no hace al monje... Perdón, a la monja, aunque con ese careto bien podría haber sido un monje. Bueno ahora que lo digo igual hasta era un señor, quien sabe. Ello explicaría esa sombra negra sobre su labio superior y ese vozarrón de camionero...

Doy fe de que, como era de esperar, no aprendí a coser. Tengo 43 años y no se dar una sola puntada en condiciones, pero no me preocupa en absoluto. Solo puedo agradecer, a este personaje sin escrúpulos, que, en su ejercicio de acoso y derribo de mi ego, colaborara en hacer de mi una persona más fuerte internamente, a través del sufrimiento que me hizo experimentar, a mis escasos nueve añitos de edad.

Además de mala persona, era una inepta para la pedagogía. Peor imposible.


Roser


lunes, 3 de mayo de 2010

Cruce de caminos


Sucede. A veces pasa que las personas cruzamos nuestros destinos, nuestros caminos, pero vamos en direcciones distintas.

La vida transcurre como un entramado de vías, de senderos. Cada ser debe seguir el suyo, y de vez en cuando, los caminos de unos coinciden con los de otros en un punto determinado de su órbita personal.

Si hacemos caso a la teoría de que nuestras almas se acercan por algo, debemos comprender en cada caso el porqué del encuentro, aunque quizás, no haya un mensaje de mucho calado y simplemente sea un "hola y adiós" y hasta la nueva existencia.

De hecho, es posible, que alguien con quien solo intercambiaremos unos minutos nos cambie la vida. Ese alguien nos da un mensaje de importancia para el momento y circunstancias y desaparece en la nada. Pero siempre tendremos la sensación de que esa persona debía estar ahí, en ese preciso instante, para decirnos aquello que nos dijo, y que guardaba estrecha relación con lo que estábamos viviendo. Este hecho me ha sucedido en varias ocasiones a lo largo de mi vida. Y me emociona recordar algunos de estos insólitos episodios.

Dicen que la casualidad no existe. Es posible. De ser así todo tiene un cometido, un porqué. Pero... ¿nada queda para el azar? Y... ¿nuestro libre albedrío? ... Puede que las cosas funcionen con una mezcla de ambos. Una dosis de destino + una dosis de libre albedrío conforman nuestro camino evolutivo. Lo que cada uno haga con las oportunidades que tiene es cosa suya...


Roser


miércoles, 28 de abril de 2010

Los (auto) engaños de la era virtual




¿Quién necesita 5.000 amigos en Facebook?...


Si por desgracia tuvieras un grave problema ¿Cuantos de ellos se brindarían a darte un buen (y sincero) consejo? ¿Quién te escuchará cuando tu alma llore? ¿Qué amigo está ahí disponible a "full time" para cuando lo precises, a cualquier hora y en cualquier lugar?... Seguro que, de varios supuestos centenares de camaradas en tu haber, muy pocos sobrevivirían a la hazaña...

El nivel de inseguridad de una persona, se podría medir, entre otras cosas, por la cantidad de amistades que desea tener a su alrededor. Y, creo, que casi todos hemos querido, alguna vez, tener un abanico de amistades amplio y surtido. Pero la realidad se impone y es otra.


Aunque claro, quizás lo que muchos desean, es simplemente: popularidad, hoy en día tan en boga. Necesidad de reconocimiento que, después de todo, no deja de ser un sustituto de la desmedida, y a menudo ya imposible, atención de mamá...


Roser


Golondrinas... siempre vuelven. El poeta tenía razón.


Hace semanas que oigo, nuevamente, trisar a las golondrinas cerca de mi ventana. Su canto evoca en mi recuerdos de niñez...

En aquellos tiempos detestaba casi todo lo que tuviera que ver con la escuela: monjas, profesores, compañeras criticonas...

Aunque, para hacer honor a la verdad, he de decir que también viví entrañables momentos de complicidad en aquel lugar. Hice algunas amigas, pocas, ya que es menester para ser verdaderamente amigos, cierta exclusividad, lo contrario es dispersión, por tanto, léase... poca profundidad. Pero haberlas, las hubo.

Odiaba, a muerte, mi uniforme a cuadros en tonos grises y aquella insulsa bata, que por cierto he de decir, que nunca comprendí, porque una pieza textil, diseñada para evitar ensuciarse, debía ser de color blanco. Quizás mi sentido de la lógica solo era diferente...

Así que cuando las golondrinas pasaban, desafiantes, frente a mi balcón, haciéndome escuchar su voz... sabía que ya casi había llegado el momento de volver a vestir ropa de colores, de sentir los cálidos rayos del sol, de disfrutar de las deseadas vacaciones.

De vivir en definitiva.



RIMA LIII

Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.

Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
¡esas... no volverán!.

Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.

Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
¡esas... no volverán!

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...; desengáñate,
¡así... no te querrán!


Gustavo Adolfo Bécquer





martes, 27 de abril de 2010

Esquelas y vías férreas



Tanto daba si había sido un buen, o un mal, día en mi propia crónica personal. Cada jornada, el diario La Vanguardia, hacía acto de presencia en mi hogar.

No leía las noticias más allá de los titulares. Pensaba que todo era muy complicado para mi mente infantil. Pero curiosamente había una sección del periódico que me atraía enormemente y siempre era objeto de mi atención: las Necrológicas.

Repasaba las edades de quienes dejaban la existencia temiendo encontrar algún alma tan joven como yo... Normalmente quienes aparecían en esta página eran personas maduras, aunque, desgraciadamente, comprobaba como de vez en cuando, un niño o adolescente nos privaba de su presencia en el mundo de los vivos, y ello dejaba en mi todo un rastro de preocupación, ya que pensaba que, cualquier día, mi nombre podía aparecer también ahí.

Llegó un momento, de esta, mi extraña afición, en que anotaba el sexo de los difuntos, y calculaba la media de la edad de los que allí aparecían, creando así una tétrica estadística, muy poco propia de una niña de, aparente, candidez... Normalmente, la esperanza de vida, era hasta edad muy avanzada y no había de que preocuparse. Aunque claro, con estas cosas... ya se sabe, solo era cuestión de tiempo.

Supongo que, con esta temprana experiencia, empecé a ver la vida como una carrera contra reloj. Con la sensación de que el tiempo se escapa desde el primer momento de aliento, y de que en cualquier instante, tu nombre puede aparecer, en un público acto póstumo, en tan temida sección de un medio informativo.

Viví mi adolescencia y juventud a gran velocidad, pero llegada a la treintena puse el freno de mano y todo comenzó a sucederse lenta y pausadamente, como si ya no hubiera prisa, como si la vida me obligara a una parada obligatoria en mi camino.

He estado más de una década esperando en mi particular estación. Han pasado algunos trenes. Unos paraban, otros no. Yo siempre estaba ahí, pendiente, sentada, con la maleta preparada. A veces una de esas impresionantes máquinas me llamaba mucho la atención y deseaba subir pero, aunque esta abría sus puertas, no se detenía frente a mi, solo pasaba fugazmente ante mis ojos. Tenía que dar un salto y acertar de lleno para entrar por la abertura y no estamparme contra el duro metal. Al final el miedo me paralizaba y el tren se perdía en el infinito, dejándome, de nuevo, en el silencio de mi andén.

Pero todo aquello quedó atrás. Ahora escribo desde el interior de mi propia locomotora. De esta máquina, que yo misma inventé. Desde el tren de mi vida, hecho a mi imagen y semejanza.

Aunque no puedo evitar, alguna vez, ojeando el ejemplar del rotativo diario, repasar la sección de la despedida...


Roser








lunes, 26 de abril de 2010

Tarde de encierro



Era una tarde de domingo al principio del verano. Ni mejor ni peor que cualquier otra. Yo era una enana de poco más de seis años, tu una casi adolescente, de doce, lo que a mis ojos, te otorgaba cierta autoridad. Recuerdo bien tu aspecto: pelo corto moreno, tu nariz desproporcionadamente pequeña respecto a tu ancha faz, tus ojos oscuros, tu complexión fuerte. Eras muy poco femenina y poseías un carácter de mil demonios. Te llamaban Susi, aunque nunca comprendí como un nombre, que parecía un dulce diminutivo, se asociara a alguien tan perverso como tu.

Como otras tantas veces subimos al desván a curiosear. Me gustaba mucho entrar allí y descubrir recuerdos de tus ancestros.

Mientras hacías girar la llave, sentía, impaciente, el clamor de esos recuerdos agrupados que allí aguardaban nuestra visita.

El olor de aquella pequeña estancia era casi hiriente. Un penetrante aroma a humedad que lo invadía todo.

Las cajas, amontonadas contenían objetos antiguos que nadie parecía echar de menos. Siempre había algo con lo que distraerse: unas fotos, unos zapatos, un vestido, un sombrero... Nos disfrazábamos y nos mirábamos en un viejo, y manchado, espejo colgado en la pared. Que bien me lo pasaba toqueteando, probando, abriendo, cerrando... Descubrir algo nuevo, esa era mi diversión. Soportaba ese desagradable olor con tal de satisfacer mi enorme curiosidad.

Entonces apareció esa caja llena de viejas barras de labios. Todas ellas en tonos rojos, desde un naranja bermellón hasta el oscuro burdeos. Desprendían un aroma agrio y extraño, pero aun y así, las usábamos en nuestras tiernas bocas para acercarnos al aspecto de señoras de una época pasada. Parecíamos unas improvisadas madammes. Un par de muñequitas jugando a ser mujeres. Imaginando quizás, que algún día nuestros labios femeninos realmente lucirían un carmín encendido en todo su esplendor.

Estaba entretenida con mi recién descubierto arsenal de maquillaje cuando, sin mediar palabra, te fuiste. La puerta se cerró tras de ti. Oí como la cerrabas con llave desde el exterior. Pensé, inocentemente, que era una simple broma instantánea y me quedé muda e inmóvil frente al espejo, esperando. Pero escuché tus pasos alejarse y bajar las escaleras...

Entonces caí en la cuenta de que la chanza iba a durar algo más de lo previsto...

La luz de aquel cuartucho no funcionaba. La pequeña ventana casi no dejaba entrar la claridad y la tarde estaba cayendo...

Te llamé, aporreé la puerta con todas mis fuerzas. Pero lo único que se oía era el tenaz silencio de aquel lugar perdido en medio del campo. De vez en cuando el rebuznar del animal que reposaba en el establo vecino y las estúpidas gallinas cacareando permanentemente.

Algunas lágrimas empezaron a brotar y salieron despedidas mejilla abajo. Sabía que con llorar no iba a conseguir nada. Solo me quedaba esperar.

Poco a poco la oscuridad se iba apoderando de todo. Las sombras crecían y me iban engullendo logrando que mi pequeña figura formara parte de aquel inquietante decorado. Las cajas se hacían más y más grandes y yo me sentía cada vez más diminuta, hasta que acabé sentada en el frío suelo sintiendo, que sin remedio, todo caería encima de mi y acabaría mis cortos días en alguno de aquellos receptáculos como si fuera un vetusto y polvoriento objeto más...

No se cuanto tiempo pasaría. Quizás fueran solo veinte o treinta minutos pero en mi extraña, e infantil, concepción temporal del momento, pareció una eternidad.

Pensé que me habías abandonado a mi suerte.

Ni siquiera oí tus pasos, solo vi que la puerta se abría. Apareciste, y aprovechando la luz de la sala contigua, como si nada, recogiste las cosas que habían quedado esparcidas por la habitación mientras te reías viendo mi carita de niña asustada y quitando importancia, a lo que supongo, fue para ti, una broma sin más. No se que pasó en ese lapso de tiempo porque en mi memoria se dibuja un macabro vacío. Mi último recuerdo es que sollozaba en un rincón del desván con los labios pintados de rojo y el sabor del maquillaje caduco mezclado con la salina de mis lágrimas.

Mi memoria borró esos instantes de angustia y desesperación, quizás para poder sobrevivir a algo que conscientemente, no puedo recordar.

Aunque, quien sabe, quizás una noche, en sueños sabré que sucedió, realmente, en esa tarde de encierro y rojo grana...


Roser


domingo, 25 de abril de 2010

A veces...




A veces la vida te da una oportunidad.

Te sumerge en tus propias pesadillas. Te pasea por tu particular averno y te descubre las emociones que escondías en tus más remotos paisajes internos. No te sorprende después de todo. Sabías que estaban ahí. Esperando el momento oportuno para iniciar el proceso.

Un tiempo para la re
flexión, para la transformación, para darme el lujo de sentir el dolor amargo de la valentía yerma de conocerme.
Un período necesario para la evolución.
No se cuanto tiempo pasará hasta que pueda comprender.

Cada batalla deja en mi las huellas de la lucha sangrienta cara a cara con tu sombra. Una sombra negra y alargada que me deja huérfana de luz y sosiego.

Quizás moriré en el enfrentamiento y dejaré esta existencia en la guerra contra ti, pero no dejaré de luchar.

Nunca.


Roser