
Era una tarde de domingo al principio del verano. Ni mejor ni peor que cualquier otra. Yo era una enana de poco más de seis años, tu una casi adolescente, de doce, lo que a mis ojos, te otorgaba cierta autoridad. Recuerdo bien tu aspecto: pelo corto moreno, tu nariz desproporcionadamente pequeña respecto a tu ancha faz, tus ojos oscuros, tu complexión fuerte. Eras muy poco femenina y poseías un carácter de mil demonios. Te llamaban Susi, aunque nunca comprendí como un nombre, que parecía un dulce diminutivo, se asociara a alguien tan perverso como tu.
Como otras tantas veces subimos al desván a curiosear. Me gustaba mucho entrar allí y descubrir recuerdos de tus ancestros.
Mientras hacías girar la llave, sentía, impaciente, el clamor de esos recuerdos agrupados que allí aguardaban nuestra visita.
El olor de aquella pequeña estancia era casi hiriente. Un penetrante aroma a humedad que lo invadía todo.
Las cajas, amontonadas contenían objetos antiguos que nadie parecía echar de menos. Siempre había algo con lo que distraerse: unas fotos, unos zapatos, un vestido, un sombrero... Nos disfrazábamos y nos mirábamos en un viejo, y manchado, espejo colgado en la pared. Que bien me lo pasaba toqueteando, probando, abriendo, cerrando... Descubrir algo nuevo, esa era mi diversión. Soportaba ese desagradable olor con tal de satisfacer mi enorme curiosidad.
Entonces apareció esa caja llena de viejas barras de labios. Todas ellas en tonos rojos, desde un naranja bermellón hasta el oscuro burdeos. Desprendían un aroma agrio y extraño, pero aun y así, las usábamos en nuestras tiernas bocas para acercarnos al aspecto de señoras de una época pasada. Parecíamos unas improvisadas madammes. Un par de muñequitas jugando a ser mujeres. Imaginando quizás, que algún día nuestros labios femeninos realmente lucirían un carmín encendido en todo su esplendor.
Estaba entretenida con mi recién descubierto arsenal de maquillaje cuando, sin mediar palabra, te fuiste. La puerta se cerró tras de ti. Oí como la cerrabas con llave desde el exterior. Pensé, inocentemente, que era una simple broma instantánea y me quedé muda e inmóvil frente al espejo, esperando. Pero escuché tus pasos alejarse y bajar las escaleras...
Entonces caí en la cuenta de que la chanza iba a durar algo más de lo previsto...
La luz de aquel cuartucho no funcionaba. La pequeña ventana casi no dejaba entrar la claridad y la tarde estaba cayendo...
Te llamé, aporreé la puerta con todas mis fuerzas. Pero lo único que se oía era el tenaz silencio de aquel lugar perdido en medio del campo. De vez en cuando el rebuznar del animal que reposaba en el establo vecino y las estúpidas gallinas cacareando permanentemente.
Algunas lágrimas empezaron a brotar y salieron despedidas mejilla abajo. Sabía que con llorar no iba a conseguir nada. Solo me quedaba esperar.
Poco a poco la oscuridad se iba apoderando de todo. Las sombras crecían y me iban engullendo logrando que mi pequeña figura formara parte de aquel inquietante decorado. Las cajas se hacían más y más grandes y yo me sentía cada vez más diminuta, hasta que acabé sentada en el frío suelo sintiendo, que sin remedio, todo caería encima de mi y acabaría mis cortos días en alguno de aquellos receptáculos como si fuera un vetusto y polvoriento objeto más...
No se cuanto tiempo pasaría. Quizás fueran solo veinte o treinta minutos pero en mi extraña, e infantil, concepción temporal del momento, pareció una eternidad.
Pensé que me habías abandonado a mi suerte.
Ni siquiera oí tus pasos, solo vi que la puerta se abría. Apareciste, y aprovechando la luz de la sala contigua, como si nada, recogiste las cosas que habían quedado esparcidas por la habitación mientras te reías viendo mi carita de niña asustada y quitando importancia, a lo que supongo, fue para ti, una broma sin más. No se que pasó en ese lapso de tiempo porque en mi memoria se dibuja un macabro vacío. Mi último recuerdo es que sollozaba en un rincón del desván con los labios pintados de rojo y el sabor del maquillaje caduco mezclado con la salina de mis lágrimas.
Mi memoria borró esos instantes de angustia y desesperación, quizás para poder sobrevivir a algo que conscientemente, no puedo recordar.
Aunque, quien sabe, quizás una noche, en sueños sabré que sucedió, realmente, en esa tarde de encierro y rojo grana...
Roser
No hay comentarios:
Publicar un comentario