domingo, 3 de abril de 2011

¡La leche!

Personalmente, nunca he sido un animal excesivamente "mamífero" en lo que se refiere al consumo de leche.


Hace más de 30 años había poquísimas marcas del preciado líquido blanco en el mercado del sector alimenticio, amén de la que por aquel entonces, aún se servía a granel en alguna lechería que resistía el envite del práctico producto envasado.


Tenía en mi infancia un amigo llamado Leandro con una madre muy sufridora, una mujer que siempre padecía por la delicada salud de su pequeño vástago, hasta el punto que lo hinchaba a base de beber leche de vaca recién traída de la granja del pueblo, una leche espesa y con un valor calórico por toda su grasa y nutrientes, que no quiero ni imaginar. El mozo creció mucho, de hecho tanto que en la adolescencia, me obligaba a calzarme, verano incluído, unas incómodas botas camperas con un importante tacón para evitar caer en depresión por mi escaso tamaño cuando andaba a su lado. Una pesada vaca de generosas ubres nos separaba, una simple y rústica rumiante tuvo la culpa de que el fuera una chico de buen ver y yo me quedara destinado de por vida a ver mucho más de cerca las baldosas de la calle.


Asumí entonces el inestimable papel maternal que desempeñaban esas enormes bestias de orondo cuerpo, asi como lo bien que contribuyen a la agricultura con sus desechos y también su notable efecto insecticida dada su tendencia a atraer a todas las moscas del lugar y mucho más allá.


Los tiempos han cambiado, y a veces sucede que alguien nos dice aquello de: ¡Oye, ya que vas al "súper"! ¿puedes traerme una botella de leche?


¡Cuidado amigo! esa frase encierra un peligro enorme, puede cogerte desprevenido y verte envuelto, sin desearlo, en una situación kafkiana de la que no te será fácil escapar...

La cuestión es la siguiente (es mi propio caso verídico, lo juro por Mafalda en traje de faralaes): Aterrizas en el "Carrefús" y llegas a la sección de las leches con tu mejor intención pero te das cuenta en el acto de que debido a la múltiple oferta de variantes del producto en cuestión, ya no es una estantería como siempre... ¡ahora es un largo pasillo a dos bandas que ocupa un 20% de la superficie útil del establecimiento!. Te sientes pequeño, entras en regresión casi hipnótica, crees ser un enano de 3 añitos e incluso te empieza a invadir cierta sensación de angustia. No sabes hacia donde dirigir tu mirada y te sientes más confuso que un caballero en la sección de higiena femenina.


Tu solo querías una simple botella de leche...


Das un paso atrás para poder ver el extenso corredor en toda su perspectiva. Estás solo ante el peligro, te sientes amenazado por lo que intuyes una difícil elección y por un momento desearías echar mano de tu Winchester... pero, yo de ti no lo haria forastero. Ármate de paciencia y sácate la lupa de aumento para empezar a leer porque esto puede ser un trabajo duro.


Subes las mangas de tu chaqueta y te dispones a trazar un plan, una estrategia.


Decides atacar primero el lado derecho y llegado a su final volverás por el contrario.


Después de dar varias vueltas acabas medio mareado por las rotaciones y la letra pequeña, lo que provoca que estés a punto de exprimir con ansiedad las mamas de la chica con lactante en brazos que acaba de pasar por tu lado.


Te apoyas finalmente agotado en una desgastada columna, tu cuerpo se halla sudoroso, te acompaña un extraño silbido en los oidos, la vista se vuelve borrosa, sientes taquicardia y desorientación...


Ya no puedes más. Abandonas el carro de la compra en cualquier lugar y sales del súper disparado de tal manera que el guardia de seguridad te persigue por el centro comercial hasta dar contigo. Después de cachearte varias veces, y con la terrible sospecha de que le has gustado por como intentaba encontrar algo entre tus piernas, te deja libre y vuelves sin el encargo.


Quizás otro día, trazando otro plan... piensas una vez más tranquilo.


Esa noche sueñas, tienes terribles pesadillas. Una manada de más de 100 vacas se cruza en tu camino, una angosta carretera de montaña, y no te queda más remedio que mezclarte entre ellas. Como los sueños siempre son, por lo surrealistas, parecidos a un cuadro de Dalí, nada te sorprende, sobre todo cuando las oyes hablar entre ellas de los trapitos de la nueva temporada o del actor de moda (obviamente Benicio Del Toro...) , y como eres un tío abierto de mente ni te inmutas cuando se ponen en fila, se cuadran y cada una repite su nombre a la Vaca Mayor, que en definitiva, es la que tiene las tetas más grandes:


¡Entera!

¡Desnatada!

¡Semidesnatada!

¡Vaca!

¡Búfala!

¡Cabra!

¡Oveja!

¡Soja!

¡Almendras!

¡Vitaminas!

¡Calcio!

¡Fósforo!

¡Omega 3!

¡Sin lactosa!

¡Un litro!

¡Litro y medio!

¡Brick!

¡Botella!

¡Pasteurizada!

¡Esterilizada!

¡Polvo!

¡Condensada!

¡Evaporada!...


Te da un ataque de agudo histerismo y despiertas entre gritos aterradores. Te llevan al hospital y te inyectan un calmante megapotente que te abandona nuevamente en los brazos de Morfeo.


Vuelves a soñar... en esta ocasión parece por lo menos algo placentero: Distingues una mujer de atrayentes formas pronunciadas, larga melena oscura y como su madre la trajo al mundo, que te indica con sugerentes gestos, que te introduzcas en su lujosa bañera de patas. La cosa promete y sin dejar de mirar sus enormes y maquillados ojos felinos introduces tus extremidades inferiores (todas) en el extenso recipiente.


Te sientes un hombre afortunado por poder estar ahí y sigues en tu gozo, obnubilado por su belleza facial, observándola sin perder detalle. Lentamente bajas la vista pensando en poder contemplar con detalle el resto de su empapada anatomía, pero... te das cuenta de que compartes el baño con la mismísima Cleopatra...


¡EN LECHE DE BURRA!.





Roser

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